Ella… esa belleza era
inigualable. No era el tipo de belleza al que uno está acostumbrado. Es una
belleza diferente… única. Deberían verla. Se enamorarían al instante de esa
mujer. Tan bella y delicada como una mariposa.
En realidad, eso era: una
mariposa. Volaba sin rumbo fijo, posándose en flores de amores que sólo le
hacían daño. Sus bellas alas se iban lastimando lentamente por ella misma. No
sabía el verdadero valor que poseía. Sólo se dejaba llevar por lo que decían
los demás, y eso la destruía por dentro… y por fuera.
Esa bella mariposa empezaba a
perder aquella peculiar belleza que la caracterizaba y yo no iba a permitirlo.
Yo me encargaría de que volviese a ser hermosa.
Y así lo hice. La mariposa
volvía a confiar en sus alas y éstas fueron fortaleciéndose. La mariposa
aprendía a volar de nuevo, con mucha más precaución. Aprendió que no todas las
plantas eran carnívoras y había algunas llenas de flores con aromas
inigualables, con las que se sentía feliz.
Finalmente, su belleza volvió.
No sólo físicamente, sino también en su interior. Sus alas volvían a ser tan fuertes
como solían serlo antes. Y la mariposa por fin llegó a ser feliz.
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