viernes, 17 de julio de 2015

Mi Confesión


Tenía que hablar. Tenía que decírtelo de una vez por todas. No podía seguir callando porque me estaba haciendo daño a mí misma. Debía confesarte todo, pero no me atrevía. Era muy difícil para mí porque me daba miedo que me rechazaras.

Hasta que un día por fin lo decidí. Te lo iba a decir todo. Habíamos quedado para salir una tarde y me sentía muy preparada. Debía acabar con esto de una vez por todas.

Me esperabas en la entrada de mi casa. Te veías muchísimo más guapo que de costumbre. Y, por alguna razón, tenías el brillo más especial en tus hermosos ojos verdes. Cuando salí de mi casa me tomé unos segundos para observarte bien. Físicamente, eres alto, rubio, tienes un tono de piel que sería capaz de describir, eres atlético, mejor dicho, eres el chico que cualquiera desearía tener como novio. Pero lo que me enamoró de ti no fue tu físico, sino quién eres en realidad. Ese chico sensible, tierno, romántico y lleno de vida, no el chico serio y rudo que aparentas ser ante las demás personas. Un día te pregunté por qué eras así y recuerdo que dijiste que lo hacías para que nadie tuviese la oportunidad de lastimarte, ya varias veces lo habían hecho y no quería que volviera a suceder.

Sentí una corriente eléctrica cuando me saludaste dándome un beso en la mejilla y al tomarme de la mano para llevarme hasta tu auto. Durante el camino bromeamos un poco, pero en mi mente sólo pensaba que debía hablar rápido.

La película que vimos me pareció eterna. Creí que jamás se acabaría. Ni siquiera le presté atención porque sólo pensaba en lo que iba a decirte. Tenía miedo de tu reacción.

Cuando salimos del cine, propusiste que fuéramos a nuestro café favorito. Íbamos en tu auto. Tú conducías muy concentrado y yo, aparentemente, miraba por la ventana pero mi mente estaba en otra parte. Pensaba y pensaba. ¿Qué ocurriría cuando llegáramos? Te detuviste, bajaste del auto y fuiste hasta la puerta del pasajero y abriste la puerta para que yo bajara. En ese instante me di cuenta que debía hablar rápido. Todas estaban locas por ti, ya que tenías la apariencia de chico malo que, al parecer, es lo que les gusta a ellas. Pero no a mí. A mí me gustaba tu ternura y caballerosidad que solo muestras con las personas más cercanas a ti.

Entramos y nos sentamos en una mesa apartada de las otras. Uno frente al otro. Si antes estaba nerviosa, en ese momento lo estaba aún más.

-Quería contarte algo, Alex- me dijiste con una gran sonrisa.
-Andrés, sabes que puedes decirme lo que quieras.
-Lo sé. Por eso quería que fueras la primera en saber que estoy enamorado.

¡¿Enamorado?! ¡¿De quién?! No podía creerlo. Justo en día en que decido decirte lo que sentía por ti y me acabas de decir que te enamoraste.

-¿Lo estás?- pregunté tratando de ocultar la decepción que sentía.
-Demasiado, Alex. Ella es perfecta. Nunca me había sentido así con ninguna chica.
-¿En serio?- me costaba articular las palabras.
-Definitivamente- tu sonrisa era indescriptible.
-Estoy muy feliz por ti, Andrés- <<vamos tu puedes>>-. Es genial que al fin hayas encontrado a la chica indicada.

Sentí como mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas. Debía contenerlas. Tenía que ser fuerte. Si me derrumbaba frente a ti, te darías cuenta de todo y no podías saberlo ahora que estabas enamorado. No paraba de peguntarme quién podría ser.

-¿La conozco?- pregunté tratando de que mi voz no se quebrara.
-La conoces muy bien- me respondiste.

La conocía. Ahí recordé. Tú y Jasmine, mi mejor amiga. Habían pasado mucho tiempo juntos últimamente. Debía ser ella. Siempre habían congeniado muy bien.

-Alex, estoy muy feliz de sentirme así.
-Qué bueno por ti.

Debía controlarme. “Alex, contrólate”, me decía mi subconsciente. Andrés se veía muy feliz y no iba a arruinar esa felicidad.

-Estás muy callada. ¿Te pasa algo, Alex?
-De hecho… no me siento muy bien. Debería irme a casa.
-Déjame llevarte. Me preocupas.
-Me puedo ir sola.

Tenía que irme de ahí. No iba a poder soportar que siguieras hablando de esa chica que te tenía loco de amor.

-Alex, yo te traje y ahora te voy a llevar a tu casa- dijiste muy serio-. No dejaré que te vayas sola, ¿entendido?

Salimos de café. Entré en tu auto. No quería hablarte. Si lo hacía, notarías la tristeza que sentía por dentro.

-No me has preguntado el nombre de la chica- dijiste mirando el camino.
-No te ofendas, pero no me interesa saberlo- dije antes de darme cuenta.
-Alex…
-¿Qué?
-Su nombre es Alex- dijiste mientras aparcabas el auto.
-¿Qué dijiste?

¿Había oído bien?

-Estoy absoluta y totalmente enamorado de ti, Alexandra. No sé cómo no me di cuenta antes de lo que sentía. Jasmine me ayudó a darme cuenta de esto…
-¿Jasmine?
-Sí. Ella me hizo notar lo bien que me haces sentir. Lo bien que me hace hablar contigo. Todo de ti me hace sentir bien. Eres la persona más especial que hay en mi vida. Eres todo lo que quiero, todo lo que deseo. Tú cambiaste mi vida entera, Alex…

Me quedé un momento en silencio. No podía creer que sintieras todo eso por mí. Que sintieras por mí lo mismo que yo sentía por ti.

-¿No vas a decirme nada?- preguntaste-. Creí que tal vez te sentirías igual que yo…
-Yo… bueno, yo…

¡Por Dios, Alex! El chico de tus sueños acaba de confesarte que te ama y te quedas sin palabras, ¿qué te pasa?

-Sabía que no te sentías igual que yo y no puedo obligarte a que sientas lo mismo- dijiste con tristeza en tu voz-.

Entonces, no me pude contener más y te besé. Por fin podía sentir tus labios unidos a los míos en una sinfonía de amor. Estábamos enamorados el uno del otro y era perfecto. Pensé que ese día nunca iba a llegar, pero pasó y aún no lo creo.

-Te amo, Andrés.
-Te amo, Alex. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario