Tenía que hablar. Tenía que decírtelo de una vez por todas. No podía seguir callando porque me estaba haciendo daño a mí misma. Debía confesarte todo, pero no me atrevía. Era muy difícil para mí porque me daba miedo que me rechazaras.
Hasta que un día por fin lo
decidí. Te lo iba a decir todo. Habíamos quedado para salir una tarde y me
sentía muy preparada. Debía acabar con esto de una vez por todas.
Me esperabas en la entrada
de mi casa. Te veías muchísimo más guapo que de costumbre. Y, por alguna razón,
tenías el brillo más especial en tus hermosos ojos verdes. Cuando salí de mi
casa me tomé unos segundos para observarte bien. Físicamente, eres alto, rubio,
tienes un tono de piel que sería capaz de describir, eres atlético, mejor dicho,
eres el chico que cualquiera desearía tener como novio. Pero lo que me enamoró
de ti no fue tu físico, sino quién eres en realidad. Ese chico sensible,
tierno, romántico y lleno de vida, no el chico serio y rudo que aparentas ser
ante las demás personas. Un día te pregunté por qué eras así y recuerdo que
dijiste que lo hacías para que nadie tuviese la oportunidad de lastimarte, ya varias
veces lo habían hecho y no quería que volviera a suceder.
Sentí una corriente
eléctrica cuando me saludaste dándome un beso en la mejilla y al tomarme de la
mano para llevarme hasta tu auto. Durante el camino bromeamos un poco, pero en
mi mente sólo pensaba que debía hablar rápido.
La película que vimos me pareció
eterna. Creí que jamás se acabaría. Ni siquiera le presté atención porque sólo
pensaba en lo que iba a decirte. Tenía miedo de tu reacción.
Cuando salimos del cine, propusiste
que fuéramos a nuestro café favorito. Íbamos en tu auto. Tú conducías muy
concentrado y yo, aparentemente, miraba por la ventana pero mi mente estaba en
otra parte. Pensaba y pensaba. ¿Qué ocurriría cuando llegáramos? Te detuviste,
bajaste del auto y fuiste hasta la puerta del pasajero y abriste la puerta para
que yo bajara. En ese instante me di cuenta que debía hablar rápido. Todas estaban
locas por ti, ya que tenías la apariencia de chico malo que, al parecer, es lo
que les gusta a ellas. Pero no a mí. A mí me gustaba tu ternura y
caballerosidad que solo muestras con las personas más cercanas a ti.
Entramos y nos sentamos en
una mesa apartada de las otras. Uno frente al otro. Si antes estaba nerviosa,
en ese momento lo estaba aún más.
-Quería contarte algo, Alex-
me dijiste con una gran sonrisa.
-Andrés, sabes que puedes
decirme lo que quieras.
-Lo sé. Por eso quería que
fueras la primera en saber que estoy enamorado.
¡¿Enamorado?! ¡¿De quién?!
No podía creerlo. Justo en día en que decido decirte lo que sentía por ti y me
acabas de decir que te enamoraste.
-¿Lo estás?- pregunté
tratando de ocultar la decepción que sentía.
-Demasiado, Alex. Ella es
perfecta. Nunca me había sentido así con ninguna chica.
-¿En serio?- me costaba
articular las palabras.
-Definitivamente- tu
sonrisa era indescriptible.
-Estoy muy feliz por ti,
Andrés- <<vamos tu puedes>>-. Es genial que al fin hayas encontrado
a la chica indicada.
Sentí como mis ojos se
empezaron a llenar de lágrimas. Debía contenerlas. Tenía que ser fuerte. Si me derrumbaba
frente a ti, te darías cuenta de todo y no podías saberlo ahora que estabas
enamorado. No paraba de peguntarme quién podría ser.
-¿La conozco?- pregunté
tratando de que mi voz no se quebrara.
-La conoces muy bien- me
respondiste.
La conocía. Ahí recordé. Tú
y Jasmine, mi mejor amiga. Habían pasado mucho tiempo juntos últimamente. Debía
ser ella. Siempre habían congeniado muy bien.
-Alex, estoy muy feliz de sentirme
así.
-Qué bueno por ti.
Debía controlarme. “Alex,
contrólate”, me decía mi subconsciente. Andrés se veía muy feliz y no iba a
arruinar esa felicidad.
-Estás muy callada. ¿Te
pasa algo, Alex?
-De hecho… no me siento muy
bien. Debería irme a casa.
-Déjame llevarte. Me preocupas.
-Me puedo ir sola.
Tenía que irme de ahí. No
iba a poder soportar que siguieras hablando de esa chica que te tenía loco de
amor.
-Alex, yo te traje y ahora
te voy a llevar a tu casa- dijiste muy serio-. No dejaré que te vayas sola,
¿entendido?
Salimos de café. Entré en tu auto. No
quería hablarte. Si lo hacía, notarías la tristeza que sentía por dentro.
-No me has preguntado el
nombre de la chica- dijiste mirando el camino.
-No te ofendas, pero no me
interesa saberlo- dije antes de darme cuenta.
-Alex…
-¿Qué?
-Su nombre es Alex- dijiste
mientras aparcabas el auto.
-¿Qué dijiste?
¿Había oído bien?
-Estoy absoluta y totalmente
enamorado de ti, Alexandra. No sé cómo no me di cuenta antes de lo que sentía. Jasmine
me ayudó a darme cuenta de esto…
-¿Jasmine?
-Sí. Ella me hizo notar lo
bien que me haces sentir. Lo bien que me hace hablar contigo. Todo de ti me
hace sentir bien. Eres la persona más especial que hay en mi vida. Eres todo lo
que quiero, todo lo que deseo. Tú cambiaste mi vida entera, Alex…
Me quedé un momento en
silencio. No podía creer que sintieras todo eso por mí. Que sintieras por mí lo
mismo que yo sentía por ti.
-¿No vas a decirme nada?-
preguntaste-. Creí que tal vez te sentirías igual que yo…
-Yo… bueno, yo…
¡Por Dios, Alex! El chico
de tus sueños acaba de confesarte que te ama y te quedas sin palabras, ¿qué te
pasa?
-Sabía que no te sentías
igual que yo y no puedo obligarte a que sientas lo mismo- dijiste con tristeza
en tu voz-.
Entonces, no me pude
contener más y te besé. Por fin podía sentir tus labios unidos a los míos en
una sinfonía de amor. Estábamos enamorados el uno del otro y era perfecto.
Pensé que ese día nunca iba a llegar, pero pasó y aún no lo creo.
-Te amo, Andrés.
-Te amo, Alex.